
«Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz,
sino haciendo consciente su oscuridad»
Carl G. Jung.
La palabra cerebro viene de ker (cabeza o ‘en lo alto de la cabeza’)y brum (llevar). Es lo que llevamos en lo alto de la cabeza.
La historia evolutiva nos cuenta que el sistema nervioso de animales vertebrados pareció desarrollarse hacia arriba, especialmente cuando la estructura corporal se levantó. Parece que la formación del cerebro está muy relacionada con la postura vertical del cuerpo.
Por otro lado, el sistema endocrino, «un conjunto de órganos y tejidos que segregan sustancias químicas llamadas hormonas», parece viajar hacia abajo. La glándula pituitaria en el cerebro, envía hormonas en cascada hacia los demás tejidos endocrinos del cuerpo para regular el crecimiento, el metabolismo, los órganos sexuales y la conducta.
Y, ¿si habláramos de nuestro crecimiento interno, el metabolismo de experiencias pasadas cristalizadas en la memoria del cuerpo y la reproducción y creación de nuevos estados de conciencia que lleven a una nueva vida y conductas diferentes?

Dicen en las tradiciones asiáticas que
«la cabeza es el último lugar de la gestación de lo divino, donde el ser humano se vuelve uno y se une a lo universal».
¿Cómo ocurre esto?
Para ir hacia arriba, es necesario ir primero hacia abajo.
Como en una construcción de alguna catedral o edificio que busca ser muy alto: lo primero será construir raíces profundas en la tierra. El recorrido descendiente de las hormonas, «mensajeras» químicas es análogo al recorrido descendiente de otros mensajeros mitológicos: Mercurio (o Hermes) es un dios romano que «guía a las almas en las estancias de los muertos». Es el dios de los viajes. Un viaje hacia adentro que comienza hacia abajo. La función de las hormonas mensajeras nos da pistas en el descenso que conduce al ascenso.

Incontables figuras mitológicas se han aventurado al inframundo y es allí donde han encontrado el elixir de la vida o de la inmortalidad. En el proceso han recibido ayudas de mensajeros inesperados que hacen posible este viaje vertical para llevar luz, nuestra conciencia, a los rincones oscuros del alma y así empezar a unir nuestros opuestos internos que han estado tan separados: lo que anhelamos «arriba» y lo que ignoramos «abajo», hasta que el descenso se convierta en ascenso y, cuando menos esperemos, terminemos volviéndonos uno y uniéndonos a lo universal».
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